El Dr. Gabor Maté, un respetado médico húngaro de 79 años que reside en Canadá, inicialmente enfrentó el rechazo de sus ideas, pero obtuvo reconocimiento como autoridad médica debido a su trabajo con miles de pacientes, principalmente adictos y enfermos terminales. Ha dedicado gran parte de su vida a investigar enfermedades asociadas a nuestro modo de vida moderno y sus vínculos con el bienestar emocional. Ha llegado a la conclusión de que el trauma infantil suele ser la base de muchas enfermedades.

Maté critica nuestra cultura como tóxica y afirma que lo que consideramos normal no se alinea bien con las necesidades humanas genuinas y los principios evolutivos. Considera las enfermedades, disfunciones y trastornos comunes como respuestas a un entorno anormal y dañino, lo que resulta en la esencia del trauma: la desconexión de uno mismo. Esta desconexión se ve agravada por las prácticas parentales, la presión social y un sistema educativo competitivo que enfatiza el juicio externo.

Maté sostiene que la gente persigue necesidades artificiales impulsadas por una cultura que fomenta el consumismo, lo que lleva a una sensación de insuficiencia. Esta anormalidad social se extiende a la política, donde individuos traumatizados pueden ascender al poder y crear políticas que traumatizan aún más a la sociedad.

El aumento generalizado de la depresión, la ansiedad y el suicidio infantil no es inexplicable, sino que es el resultado de que los niños están traumatizados por las presiones sociales y un sistema educativo que no satisface sus necesidades de desarrollo.

La soledad es otro problema, ya que cada vez más personas viven solas, lo que contribuye a una mala salud mental. La buena noticia es que este patrón cultural tóxico no es inherente; Podemos regresar a un estado de unidad, cooperación, armonía y compasión para lograr una mejor salud, tanto individualmente como como sociedad.

Según Maté, los individuos vienen al mundo con una expectativa innata de conexión y un fuerte vínculo relacional. Para prevenir el trauma, esta conexión, idealmente proporcionada por adultos comprensivos con consideración y aceptación positivas incondicionales, no debe verse comprometida, particularmente durante los primeros meses a los tres años de vida.